Catequesis del Papa Francisco sobre la santa misa (continuación)

El Pontífice, en la Audiencia General de este miércoles 31 de enero, continuó con el ciclo de catequesis sobre la santa misa que viene desarrollando desde los últimos meses del año pasado y que pueden encontrarse en este blog durante noviembre y diciembre. 2017. A continuación, la catequesis completa del Papa:
Liturgia de la Palabra: I. Diálogo entre Dios y su pueblo

Continuamos hoy las catequesis sobre la Santa Misa. Tras habernos detenido en los ritos de introducción, consideremos ahora la Liturgia de la Palabra, que es una parte constitutiva porque nos reunimos precisamente para escuchar lo que Dios dijo y pretende todavía hacer por nosotros. Es una experiencia que sucede “en directo” y no de oídas, porque «cuando en la Iglesia se lee la sagrada Escritura, Dios mismo habla a su pueblo y Cristo, presente en la palabra, anuncia el Evangelio» (Ordenación General del Misal Romano, 29; cfr. Const. Sacrosanctum Concilium, 7; 33). Y cuántas veces, mientras se lee la Palabra di Dios, se comenta: “Mira ese…, mira aquella…, mira qué pelos lleva esa: es ridículo…”. Y se empiezan a hacer comentarios. ¿No es verdad? ¿Se deben hacer comentarios mientras se lee la Palabra de Dios?  No, porque si haces chismorreos con la gente no escuchas la Palabra de Dios. Cuando se lee la Palabra de Dios en la Biblia –la primera Lectura, la segunda, el Salmo responsorial y el Evangelio– debemos escuchar, abrir el corazón, porque es Dios mismo e que nos habla y no pensar en otras cosas o hablar de otras cosas. ¿Entendido? Les explicaré qué es lo que sucede en esta Liturgia de la Palabra.

Las páginas de la Biblia dejan de ser un escrito para convertirse en palabra viva, pronunciada por Dios. Es Dios quien, a través de la persona que lee, nos habla e interpela a los que escuchamos con fe. El Espíritu «que habló por los profetas» (Credo) e inspiró a los autores sagrados, hace que «la palabra de Dios realiza de verdad en los corazones los que hace sonar en los oídos» (Leccionario, Introd., 9). Pero para escuchar la Palabra de Dios también hay que tener el corazón abierto a recibir las palabras en el corazón. Dios habla y nosotros le prestamos atención, para luego poner en práctica lo que hemos escuchado. Es muy importante escuchar. Algunas veces quizá no comprendemos bien porque hay algunas lecturas un poco difíciles. Pero Dios nos habla lo mismo de otro modo. ¡En silencio, escuchar la Palabra de Dios! No se olviden de esto. En Misa, cuando empiezan las lecturas, escuchamos la Palabra de Dios.

¡Necesitamos escucharlo! Es una cuestión vital, como bien recuerda la incisiva expresión que «no de solo pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que procede de la boca de Dios» (Mt 4,4). La vida que nos da la Palabra de Dios. En este sentido, hablamos de la Liturgia de la Palabra como de la “mesa” que el Señor prepara para alimentar nuestra vida espiritual. Es una mesa abundante la de la Liturgia, que se basa en gran medida en los tesoros de la Biblia (cfr. SC, 51), tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, porque en ellos se anuncia por la Iglesia el único e idéntico misterio de Cristo (cfr. Leccionario, Introd., 5). Pensemos en la riqueza de las lecturas bíblicas propuesta por los tres ciclos dominicales que, a la luz de los Evangelios Sinópticos, nos acompañan en el curso del año litúrgico: una gran riqueza. Deseo aquí recordar también la importancia del Salmo responsorial, cuya función es favorecer la meditación de lo escuchado en la lectura que lo precede. Es bueno que el Salmo sea enfatizado con el canto, al menos en el estribillo (cfr. OGMR, 61; Leccionario, Introd., 19-22).

La proclamación litúrgica de las mismas lecturas, con los cantos tomados de la Sagrada Escritura, expresa y favorece la comunión eclesial, acompañando el camino de todos y de cada uno. Se entiende así porqué algunas decisiones subjetivas, como la omisión de lecturas o su sustitución por textos no bíblicos, estén prohibidas. He oído que alguno, si hay una noticia, lee el periódico, porque es la noticia del día. ¡No! ¡La Palabra de Dios es la Palabra de Dios! El periódico lo podemos leer después. Pero allí se lee la Palabra de Dios. Es el Señor el que nos habla. Sustituir esa Palabra con otras cosas empobrece y deteriora el diálogo entre Dios y su pueblo en oración. Al contrario, se requiere la dignidad del ambón y el uso del Leccionario, la disponibilidad de buenos lectores y salmistas. ¡Hay que buscar buenos lectores!, de los que sepan leer, no los que leen fatal y no se entiende nada. Es así. Buenos lectores. Se deben preparar y hacer una prueba antes de la Misa para leer bien. Y esto crea un clima de silencio receptivo*.

Sabemos que la Palabra del Señor es una ayuda indispensable para no desorientarnos, como bien reconoce el Salmista que, dirigido al Señor, confiesa: «Lámpara para mis pasos es tu palabra, luz en mi camino» (Sal 119,105). ¿Cómo podríamos afrontar nuestra peregrinación terrena, con sus penas y pruebas, sin estar regularmente alimentados e iluminados por la Palabra de Dios que resuena en la Liturgia?

Ciertamente no basta oír con los oídos, sin acoger en el corazón la semilla de la divina Palabra, permitiéndole que dé fruto. Acordémonos de la parábola del sembrador y de los diversos resultados según los distintos tipos de terreno (cfr. Mc 4,14-20). La acción del Espíritu, que hace eficaz la respuesta, necesita corazones que se dejen trabajar y cultivar, de modo que cuanto se escuche en Misa pase a la vida ordinaria, según la advertencia del apóstol Santiago: «Pero tenéis que ponerla en práctica y no sólo escucharla engañándoos a vosotros mismos» (St 1,22). La Palabra de Dios hace un camino dentro de nosotros. La escuchamos con los oídos y pasa al corazón; no se queda en las orejas, debe ir al corazón; y del corazón pasa a las manos, a las obras buenas. Ese es el recorrido que hace la Palabra de Dios: de los oídos al corazón y a las manos. Aprendamos estas cosas. Gracias.

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