Domingo 2 de Cuaresma

En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, Santiago y Juan, y los llevó, a ellos solos, aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos, y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, tanto que ningún batanero en la tierra sería capaz de blanquearlos de ese modo. Se les aparecieron Elías y Moisés, y conversaban con Jesús.
Toma la palabra Pedro y dice a Jesús: «Rabbí, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías»; pues no sabía qué responder ya que estaban atemorizados. Entonces se formó una nube que les cubrió con su sombra, y vino una voz desde la nube: «Este es mi Hijo amado, escuchadle». Y de pronto, mirando en derredor, ya no vieron a nadie más que a Jesús solo con ellos.
Y cuando bajaban del monte les ordenó que a nadie contasen lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. (Mc 9,2-10)

Mensaje de Pastoral Social Córdoba: Cuidemos la Patria

La Iglesia de Córdoba, consciente de la importancia que tienen para el futuro del país los comicios que tendrán lugar en el presente año, se dirige a todos los hombres de buena voluntad, particularmente a los cristianos, a fin de instarlos a participar con responsabilidad y total libertad, en la gestión de la cosa pública.

La realidad actual nos exige, hoy más que nunca, cuidar la Patria. Esta tarea nos compete a todos, de nosotros depende el presente y el futuro de la Nación, y por ende, el de nuestros hijos.

¿Por qué necesitamos cuidar la Patria? Simplemente, porque nuestra sociedad es casa de todos, y además porque está enferma, invadida por el desánimo, la tristeza, la impotencia, entre otras actitudes negativas. ¿Qué es lo que impide que las instituciones de nuestra república funcionen efectivamente? ¿Por qué toleramos la corrupción, que degrada las instituciones y mata a las personas? ¿Qué explica nuestra falta de apego al cumplimiento de la ley? ¿Por qué hicimos de la violación a las normas uno de nuestros rasgos culturales, con las nefastas consecuencias que esto tiene para la convivencia? ¿Dónde quedó nuestra aspiración al logro del bien común y la búsqueda de la verdad? ¿Por qué no valoramos el esfuerzo y el trabajo? ¿Qué se hizo de nuestra vocación por la excelencia?

Frente a una realidad que nos agobia, la Iglesia hace un llamado a recuperar la esperanza y la confianza en nuestras reservas morales, nos exhorta a cuidar la Patria, a fortalecer las instituciones republicanas, a recuperar la calidad institucional, que es el camino más seguro para lograr la inclusión y la paz social.

Para cuidar la Patria necesitamos cambiar nuestras conductas, asumir seriamente nuestra condición de ciudadanos y actuar como tales. El ciudadano no es un mero habitante del país, ni un súbdito, ni un suplicante de los favores del Estado o del gobierno de turno. Es un sujeto de derechos, pero también de obligaciones. Tenemos derecho a exigir al Estado que garantice el bienestar general, que esté al servicio del bien común y no de intereses sectoriales. Pero estamos obligados, al mismo tiempo, a cumplir con responsabilidad nuestras obligaciones.

Ejercer la ciudadanía de manera recta y plena exige decisión y valentía. Un buen ciudadano es aquel que usa su libertad con responsabilidad; respeta las reglas vigentes (pagar los impuestos, cumplir con las normas de tránsito, cuidar el patrimonio público, etc.); excluye la solución violenta de los conflictos; es capaz de dialogar; asume las consecuencias de sus acciones; valora y acepta la autoridad; puede ponerse en el lugar de quien no tiene sus mismas convicciones; cuida el medio ambiente; se preocupa por la relación con los demás.

Una conducta ciudadana es incompatible con el individualismo, la indiferencia política (que se puede manifestar de múltiples formas), la intolerancia ideológica, la falta de conciencia comunitaria, el conformismo, las conductas corruptas, entre otras cosas.

El buen ciudadano, para emitir su voto de manera consciente y responsable, se preocupa de estar informado sobre las propuestas electorales. Exige que los candidatos expliciten claramente los proyectos y programas concretos que piensan poner en marcha si son elegidos. Tiene en cuenta, además, las cualidades morales de quienes aspiran a ejercer la función pública y el grado de idoneidad que poseen para ello.

En síntesis, cuidar la Patria exige de cada uno de nosotros la capacidad de actuar cívica y responsablemente, consustanciarnos con valores como la justicia, la libertad, la responsabilidad, la legalidad, el respeto mutuo, la participación, el trabajo -fuente de la dignidad del hombre y forma legítima para proveer a la propia subsistencia-, combatir las conductas corruptas, no sólo la de los funcionarios. Todos somos responsables de crear las condiciones para que estos principios y valores se hagan realidad. También lo es controlar la transparencia en la gestión del gobierno y exigir a los funcionarios públicos que rindan debida cuenta de sus actos.

Cuidar la Patria nos exige, en definitiva, producir una verdadera revolución ética, formar nuevos dirigentes, forjados en el apego a la verdad y el aprecio y ejercicio constante de los valores sociales. Necesitamos construir una democracia no sólo formal, sino real y participativa .

PASTORAL SOCIAL ARQUIDIOCESANA.
IGLESIA CATÓLICA EN CÓRDOBA.

Córdoba, 23 de febrero de 2015

Domingo 1 de Cuaresma

En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto, y permaneció en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás. Estaba entre los animales del campo y los ángeles le servían. Después que Juan fue entregado, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva». (Mc 1,12-15)

Ayudemos a los damnificados por el temporal

“Si un miembro sufre, todos sufren con él” (1 Co 12,26)

Dada la triste situación que viven muchos hermanos nuestros por los graves efectos de las lluvias y las inundaciones en varias localidades de las sierras, y al estar próximos a iniciar este “tiempo de gracia” con la celebración de miércoles de ceniza, descubrimos que es una oportunidad providencial para rezar y solidarizarnos con nuestros hermanos damnificados como consecuencia de las inclemencias del tiempo.

Desde CARITAS Y PASTORAL SOCIAL, queremos proponer a las comunidades de nuestra Arquidiócesis, que al participar en las celebraciones del Miércoles de Cenizas, puedan ofrecer en la celebración agua, elementos de higiene, pañales o alimentos no perecederos.

En nuestra Parroquia, invitamos a acercar donaciones, especialmente agua mineral y elementos de limpieza, que luego serán acercados a los que lo están necesitando con urgencia.

Con el Miércoles de Ceniza iniciamos la Cuaresma 2015

Cuaresma es el tiempo litúrgico de conversión. Inspirado en la imagen de Cristo en el desierto nos anima a purificar la vida en el camino de la voluntad de Dios y así disponernos a la gran fiesta de la Pascua. Es tiempo para arrepentirnos de nuestros pecados y de cambiar algo de nosotros para ser mejores y poder vivir más en Cristo.

La Cuaresma dura 40 días: comienza el Miércoles de Ceniza y termina antes de la Misa de la Cena del Señor del Jueves Santo. El color litúrgico de este tiempo es el morado que quiere expresar austeridad y penitencia.

La Iglesia nos invita a transitar la Cuaresma como un camino hacia Jesucristo:

Escuchando la Palabra de Dios.

Orando (oración)

Compartiendo con el prójimo (limosna)

Privándonos de lo superfluo (ayuno)

Haciendo obras buenas (misericordia)

En el inicio de la Cuaresma 2015, en la parroquia viviremos el Miércoles de Ceniza (miércoles 18 de febrero) con misa a las 07:30 y a las 20:00 horas. En ambas celebraciones se hará imposición de la ceniza.

Nota: 
Los días lunes 16 y martes 17 no se celebrarán misas ni habrá atención en la secretaría parroquial.

Mensaje del Arzobispo de Córdoba para la Cuaresma 2015

“PONER EL CORAZÓN EN DIOS, 
Y PONERSE LA PATRIA AL HOMBRO”

El próximo miércoles de cenizas -18 de febrero- comenzaremos el tiempo litúrgico de la Cuaresma, que nos prepara para la celebración del Misterio Pascual de Jesús. Este tiempo es como un “gran retiro espiritual” de toda la Iglesia.

Lo decisivo en la Cuaresma es disponernos a un renovado encuentro con el Señor Jesús “que está a la puerta y llama” para que le abramos (cf. Apoc. 3,20). La iniciativa es siempre del Señor, Él siempre se nos anticipa, “nos primerea”, como dice el Papa Francisco. Pero espera, al mismo tiempo, nuestra respuesta comprometida y generosa. La Cuaresma es una ocasión privilegiada para renovar nuestra Alianza personal con Dios.

Esto supone, a su vez, una revisión sincera de nuestras motivaciones, actitudes y acciones, para verificar en qué medida son coherentes con lo que el Señor nos propone en su Evangelio. Bajo el impulso del Espíritu de Dios, la conversión de nuestras malas costumbres es, en consecuencia, una tarea primordial de la Cuaresma.

La Cuaresma es tiempo de gracia para ejercitarnos en la transformación de nuestro modo de proceder; un tiempo especial de entrenamiento espiritual para reformar nuestras vidas de acuerdo con el mensaje de Jesús, nuestro Salvador.

El lema pastoral del año pasado nos proponía “mirarnos como hermanos”, es decir, en Jesús y desde Él queremos tener esa actitud en el seno de nuestra comunidad eclesial, para proyectarnos desde ella a todos, cultivando la fraternidad.

Este año estamos invitados a intensificar esta actitud, redescubriendo y reafirmando la dignidad de toda persona, dando un paso más: “Con Jesús nos cuidamos como hermanos”, esto es, se trata de cuidar al prójimo que es siempre un hermano que Dios pone en mi camino. No es un cuidarnos autorreferencial para encerrarnos desentendiéndonos de lo que sucede a nuestro alrededor. Al contrario, se trata de un cuidar al otro, para salir y ofrecer nuestra mano fraterna capaz de ocuparse de los demás y de sus necesidades, a fin de socorrerlas según lo que cada uno de nosotros pueda hacer por el bien del que nos necesita.

En nuestras familias, en nuestras comunidades eclesiales, entre nuestros vecinos, hay un sinnúmero de actitudes y de gestos fraternales que es necesario continuar haciendo. Pero también podemos descubrir nuevas necesidades y encarar acciones que salgan al encuentro del otro, poniendo en juego la “nueva imaginación de la caridad” de la que nos hablaba el papa san Juan Pablo II.

Creo que en el seno de nuestras comunidades parroquiales, la labor del Consejo Pastoral y del Consejo de asuntos económicos, pueden ser muy importantes a la hora de reconocer las carencias que reclaman nuestra ayuda fraternal, e imaginar así acciones que puedan aliviarlas o solucionarlas. Quizá no se trata de “grandes cosas”, sino de cosas hechas con cariño, empeño, generosidad y constancia.

Además, este año 2015 estará marcado por una serie de elecciones municipales, provinciales y nacionales. En sucesivas oportunidades seremos convocados a expresar quiénes queremos que nos gobiernen. Deberemos hacerlo con verdadera responsabilidad ciudadana y será también un modo de ejercitar el “cuidarnos como hermanos”, vale decir, cuidar la Patria, cuidar la República y nuestro sistema democrático.

Como comunidad eclesial, queremos preguntarles a los candidatos cuál es su mirada sobre la realidad a la cual aspirar servir y transformar. Cuáles son, según su parecer, las fortalezas que conviene potenciar y cuáles son las fragilidades que es necesario corregir y superar. Quisiéramos preguntarles cuál será su abordaje de los problemas más sentidos por la sociedad: el cuidado de la vida, la pobreza estructural, la inseguridad, el flagelo de la droga, la violencia social y familiar, el desafío de la educación de nuestro niños y jóvenes, tanto la de gestión estatal como la de gestión privada. Quisiéramos preguntarles, sobre todo, cuáles son sus planes concretos, sus propuestas superadoras. Nos parece indispensable que los candidatos se dispongan a dejarse interpelar por la ciudadanía y que, con claridad presenten sus planes para llevarlos adelante. En definitiva, a los miembros de la comunidad eclesial, queremos invitarlos a exigirles a los candidatos a que claramente presenten sus proyectos, que los expliquen debidamente y nos hagan conocer a todos los ciudadanos cómo piensan llevarlos a cabo.

A la exigencia anterior debe corresponder, de nuestra parte, el compromiso de analizar todo esto, en orden a poder elegir responsablemente los proyectos y las personas más idóneas para promover el bien de toda la sociedad y de cada uno de los ciudadanos.

Creo que un derecho ciudadano que no hemos ejercido suficientemente, es el de pedir cuenta de cómo han llevado adelante lo que los gobernantes nos habían propuesto y a lo que se habían comprometido. Quizá por un exagerado sentido de timidez o dejadez de los ciudadanos, quizá también porque a veces nos hemos encontrado con actitudes suficientes y poco dispuestas a la autocrítica por parte de quienes debían darnos explicaciones transparentes. De todas maneras, se trata de algo que debemos realizar con paciencia y con respeto, para hacer crecer las instituciones democráticas de nuestra patria y afianzar el sistema republicano.

Para ejercer este derecho, es bueno recordar que no todo el que discrepa o piensa distinto es un “enemigo”, y mucho menos se trata de tildarlo de “destituyente”, puesto que la democracia supone el libre intercambio y discusión de opiniones en un clima de respeto, dejando de lado todo tipo de violencia verbal o física.

Frente a esta responsabilidad civil que todos debemos asumir, quisiera invitar a las comunidades que integran nuestra Arquidiócesis, a que se realicen encuentros de oración y de reflexión en torno al derecho-deber de asumir nuestras obligaciones ciudadanas, “poniéndonos la Patria al hombro”, como alguna vez dijera el entonces Arzobispo de Buenos Aires, hoy nuestro Papa Francisco.

Deseándoles una fructífera Cuaresma en la gracia de Dios, llena de buenos propósitos y buenas obras, los saludo muy cordialmente encomendándome a sus oraciones y prometiéndoles un recuerdo en las mías.

En Jesús y María Santísima.

+ Carlos José Ñáñez
Arzobispo de Córdoba
Córdoba, 16 de febrero de 2015

Primer año del Padre Juan con nosotros

Hoy, 16 de Febrero, se está cumpliendo un año desde que asumió como nuestro párroco el Padre Juan Daniel Martínez.

El Señor nos bendijo con un sacerdote virtuoso, humilde y trabajador como pocos, sencillo y amable en el trato, y siempre dispuesto a recibir y escuchar a todos los que acuden a él.

Dios lo ha escogido desde toda la eternidad para cumplir la misión de llevar Su amor y su perdón a todos los hombres. Ser sacerdote en un mundo en continuo cambio, que todo lo relativiza y que parece ir hacia la total libertad de costumbres, ciertamente no es fácil. Y es por eso que debemos rezar por él, para que el Señor lo fortalezca en la misión y María lo acompañe siempre.

Padre Juan:
cada día tus manos son la cuna de Jesús;
en tus manos Dios cambia la sustancia del pan y del vino en la carne y sangre de Jesús;
por medio de tus manos Él da la absolución de los pecados.
Tus manos liberan, sanan, bendicen y perdonan…
¡Gracias por estar junto a nosotros!

Domingo 6 del Tiempo Ordinario

Se acercó a Jesús un leproso para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: "Si quieres, puedes purificarme". Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: "Lo quiero, queda purificado". En seguida la lepra desapareció y quedó purificado.
Jesús lo despidió, advirtiéndole severamente: "No le digas nada a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio".
Sin embargo, apenas se fue, empezó a proclamarlo a todo el mundo, divulgando lo sucedido, de tal manera que Jesús ya no podía entrar públicamente en ninguna ciudad, sino que debía quedarse afuera, en lugares desiertos. Y acudían a él de todas partes. (Mc 1,40-45)

Mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma 2015

En el Vaticano se dio a conocer el mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma 2015 que lleva como título “Fortalezcan sus corazones”. El texto ha sido dado a conocer por la Sala Stampa de la Santa Sede en conferencia de prensa. Los idiomas en los que puede encontrarse son el italiano, español, inglés, polaco, alemán, francés y árabe.
A continuación el texto completo en español:

«Fortalezcan sus corazones» (St 5,8)

Queridos hermanos y hermanas:

La Cuaresma es un tiempo de renovación para la Iglesia, para las comunidades y para cada creyente. Pero sobre todo es un «tiempo de gracia» (2 Co 6,2). Dios no nos pide nada que no nos haya dado antes: «Nosotros amemos a Dios porque él nos amó primero» (1 Jn 4,19). Él no es indiferente a nosotros. Está interesado en cada uno de nosotros, nos conoce por nuestro nombre, nos cuida y nos busca cuando lo dejamos.

Cada uno de nosotros le interesa; su amor le impide ser indiferente a lo que nos sucede. Pero ocurre que cuando estamos bien y nos sentimos a gusto, nos olvidamos de los demás (algo que Dios Padre no hace jamás), no nos interesan sus problemas, ni sus sufrimientos, ni las injusticias que padecen… Entonces nuestro corazón cae en la indiferencia: yo estoy relativamente bien y a gusto, y me olvido de quienes no están bien. Esta actitud egoísta, de indiferencia, ha alcanzado hoy una dimensión mundial, hasta tal punto que podemos hablar de una globalización de la indiferencia. Se trata de un malestar que tenemos que afrontar como cristianos.

Cuando el pueblo de Dios se convierte a su amor, encuentra las respuestas a las preguntas que la historia le plantea continuamente. Uno de los desafíos más urgentes sobre los que quiero detenerme en este Mensaje es el de la globalización de la indiferencia.

La indiferencia hacia el prójimo y hacia Dios es una tentación real también para los cristianos. Por eso, necesitamos oír en cada Cuaresma el grito de los profetas que levantan su voz y nos despiertan.

Dios no es indiferente al mundo, sino que lo ama hasta el punto de dar a su Hijo por la salvación de cada hombre. En la encarnación, en la vida terrena, en la muerte y resurrección del Hijo de Dios, se abre definitivamente la puerta entre Dios y el hombre, entre el cielo y la tierra.

Y la Iglesia es como la mano que tiene abierta esta puerta mediante la proclamación de la Palabra, la celebración de los sacramentos, el testimonio de la fe que actúa por la caridad (cf. Ga 5,6). Sin embargo, el mundo tiende a cerrarse en sí mismo y a cerrar la puerta a través de la cual Dios entra en el mundo y el mundo en Él. Así, la mano, que es la Iglesia, nunca debe sorprenderse si es rechazada, aplastada o herida.

El pueblo de Dios, por tanto, tiene necesidad de renovación, para no ser indiferente y para no cerrarse en sí mismo. Querría proponerles tres pasajes para meditar acerca de esta renovación.

1. «Si un miembro sufre, todos sufren con él» (1 Co 12,26) – La Iglesia

La caridad de Dios que rompe esa cerrazón mortal en sí mismos de la indiferencia, nos la ofrece la Iglesia con sus enseñanzas y, sobre todo, con su testimonio. Sin embargo, sólo se puede testimoniar lo que antes se ha experimentado. El cristiano es aquel que permite que Dios lo revista de su bondad y misericordia, que lo revista de Cristo, para llegar a ser como Él, siervo de Dios y de los hombres.

Nos lo recuerda la liturgia del Jueves Santo con el rito del lavatorio de los pies. Pedro no quería que Jesús le lavase los pies, pero después entendió que Jesús no quería ser sólo un ejemplo de cómo debemos lavarnos los pies unos a otros. Este servicio sólo lo puede hacer quien antes se ha dejado lavar los pies por Cristo. Sólo éstos tienen "parte" con Él (Jn 13,8) y así pueden servir al hombre.

La Cuaresma es un tiempo propicio para dejarnos servir por Cristo y así llegar a ser como Él. Esto sucede cuando escuchamos la Palabra de Dios y cuando recibimos los sacramentos, en particular la Eucaristía. En ella nos convertimos en lo que recibimos: el cuerpo de Cristo. En él no hay lugar para la indiferencia, que tan a menudo parece tener tanto poder en nuestros corazones. Quien es de Cristo pertenece a un solo cuerpo y en Él no se es indiferente hacia los demás. «Si un miembro sufre, todos sufren con él; y si un miembro es honrado, todos se alegran con él» (1 Co 12,26).

La Iglesia es communio sanctorum porque en ella participan los santos, pero a su vez porque es comunión de cosas santas: el amor de Dios que se nos reveló en Cristo y todos sus dones. Entre éstos está también la respuesta de cuantos se dejan tocar por ese amor. En esta comunión de los santos y en esta participación en las cosas santas, nadie posee sólo para sí mismo, sino que lo que tiene es para todos.

Y puesto que estamos unidos en Dios, podemos hacer algo también por quienes están lejos, por aquellos a quienes nunca podríamos llegar sólo con nuestras fuerzas, porque con ellos y por ellos rezamos a Dios para que todos nos abramos a su obra de salvación.

2. «¿Dónde está tu hermano?» (Gn 4,9) – Las parroquias y las comunidades

Lo que hemos dicho para la Iglesia universal es necesario traducirlo en la vida de las parroquias y comunidades. En estas realidades eclesiales ¿se tiene la experiencia de que formamos parte de un solo cuerpo? ¿Un cuerpo que recibe y comparte lo que Dios quiere donar? ¿Un cuerpo que conoce a sus miembros más débiles, pobres y pequeños, y se hace cargo de ellos? ¿O nos refugiamos en un amor universal que se compromete con los que están lejos en el mundo, pero olvida al Lázaro sentado delante de su propia puerta cerrada? (cf. Lc 16,19-31).

Para recibir y hacer fructificar plenamente lo que Dios nos da es preciso superar los confines de la Iglesia visible en dos direcciones.

En primer lugar, uniéndonos a la Iglesia del cielo en la oración. Cuando la Iglesia terrenal ora, se instaura una comunión de servicio y de bien mutuos que llega ante Dios. Junto con los santos, que encontraron su plenitud en Dios, formamos parte de la comunión en la cual el amor vence la indiferencia.

La Iglesia del cielo no es triunfante porque ha dado la espalda a los sufrimientos del mundo y goza en solitario. Los santos ya contemplan y gozan, gracias a que, con la muerte y la resurrección de Jesús, vencieron definitivamente la indiferencia, la dureza de corazón y el odio. Hasta que esta victoria del amor no inunde todo el mundo, los santos caminan con nosotros, todavía peregrinos. Santa Teresa de Lisieux, doctora de la Iglesia, escribía convencida de que la alegría en el cielo por la victoria del amor crucificado no es plena mientras haya un solo hombre en la tierra que sufra y gima: «Cuento mucho con no permanecer inactiva en el cielo, mi deseo es seguir trabajando para la Iglesia y para las almas» (Carta 254,14 julio 1897).

También nosotros participamos de los méritos y de la alegría de los santos, así como ellos participan de nuestra lucha y nuestro deseo de paz y reconciliación. Su alegría por la victoria de Cristo resucitado es para nosotros motivo de fuerza para superar tantas formas de indiferencia y de dureza de corazón.

Por otra parte, toda comunidad cristiana está llamada a cruzar el umbral que la pone en relación con la sociedad que la rodea, con los pobres y los alejados. La Iglesia por naturaleza es misionera, no debe quedarse replegada en sí misma, sino que es enviada a todos los hombres.

Esta misión es el testimonio paciente de Aquel que quiere llevar toda la realidad y cada hombre al Padre. La misión es lo que el amor no puede callar. La Iglesia sigue a Jesucristo por el camino que la lleva a cada hombre, hasta los confines de la tierra (cf. Hch 1,8). Así podemos ver en nuestro prójimo al hermano y a la hermana por quienes Cristo murió y resucitó. Lo que hemos recibido, lo hemos recibido también para ellos. E, igualmente, lo que estos hermanos poseen es un don para la Iglesia y para toda la humanidad.

Queridos hermanos y hermanas, cuánto deseo que los lugares en los que se manifiesta la Iglesia, en particular nuestras parroquias y nuestras comunidades, lleguen a ser islas de misericordia en medio del mar de la indiferencia.

3. «Fortalezcan sus corazones» (St 5,8) – La persona creyente

También como individuos tenemos la tentación de la indiferencia. Estamos saturados de noticias e imágenes tremendas que nos narran el sufrimiento humano y, al mismo tiempo, sentimos toda nuestra incapacidad para intervenir. ¿Qué podemos hacer para no dejarnos absorber por esta espiral de horror y de impotencia?

En primer lugar, podemos orar en la comunión de la Iglesia terrenal y celestial. No olvidemos la fuerza de la oración de tantas personas. La iniciativa 24 horas para el Señor, que deseo que se celebre en toda la Iglesia —también a nivel diocesano—, en los días 13 y 14 de marzo, es expresión de esta necesidad de la oración.

En segundo lugar, podemos ayudar con gestos de caridad, llegando tanto a las personas cercanas como a las lejanas, gracias a los numerosos organismos de caridad de la Iglesia. La Cuaresma es un tiempo propicio para mostrar interés por el otro, con un signo concreto, aunque sea pequeño, de nuestra participación en la misma humanidad.

Y, en tercer lugar, el sufrimiento del otro constituye un llamado a la conversión, porque la necesidad del hermano me recuerda la fragilidad de mi vida, mi dependencia de Dios y de los hermanos. Si pedimos humildemente la gracia de Dios y aceptamos los límites de nuestras posibilidades, confiaremos en las infinitas posibilidades que nos reserva el amor de Dios. Y podremos resistir a la tentación diabólica que nos hace creer que nosotros solos podemos salvar al mundo y a nosotros mismos.

Para superar la indiferencia y nuestras pretensiones de omnipotencia, quiero pedir a todos que este tiempo de Cuaresma se viva como un camino de formación del corazón, como dijo Benedicto XVI (Ct. enc. Deus caritas est, 31).

Tener un corazón misericordioso no significa tener un corazón débil. Quien desea ser misericordioso necesita un corazón fuerte, firme, cerrado al tentador, pero abierto a Dios. Un corazón que se deje impregnar por el Espíritu y guiar por los caminos del amor que nos llevan a los hermanos y hermanas. En definitiva, un corazón pobre, que conoce sus propias pobrezas y lo da todo por el otro.

Por esto, queridos hermanos y hermanas, deseo orar con ustedes a Cristo en esta Cuaresma: "Fac cor nostrum secundum Cor tuum": "Haz nuestro corazón semejante al tuyo" (Súplica de las Letanías al Sagrado Corazón de Jesús). De ese modo tendremos un corazón fuerte y misericordioso, vigilante y generoso, que no se deje encerrar en sí mismo y no caiga en el vértigo de la globalización de la indiferencia.

Con este deseo, aseguro mi oración para que todo creyente y toda comunidad eclesial recorra provechosamente el itinerario cuaresmal, y les pido que recen por mí. Que el Señor los bendiga y la Virgen los guarde.

Vaticano, 4 de octubre de 2014
Fiesta de san Francisco de Asís
FRANCISCUS PP.

Festividad de la Virgen de Lourdes

La Iglesia que peregrina en Córdoba nos invita a participar de la Peregrinación a la Gruta de la Virgen de Lourdes de Alta Gracia y de su festividad, que celebramos el próximo miércoles 11 de Febrero.

Este acontecimiento mariano de piedad popular tan querido por nuestro pueblo, capaz de congregar multitudes, es uno de los gestos diocesanos que pueden ayudarnos a tener experiencias significativas de encuentro con la fe y con otros hermanos. 

La fiesta de la Virgen de Lourdes es una invitación a acoger la Buena Noticia y desde ella cuidarnos como hermanos.
Oración a la Virgen de Lourdes

Virgen de Lourdes,
Que congregas a las multitudes junto a Ti:

Tú eres la Madre de Dios y de los hombres.
Hoy vengo a Ti para escuchar tu voz
Que me llama a creer en Jesucristo
Y vivir de acuerdo a su Evangelio.
Vengo a Ti con todo lo que tengo,
A confiarte mis preocupaciones y las de muchos otros
Que también necesitan de tu ayuda.
Da salud a nuestros cuerpos,
Da trabajo y alegría a nuestras familias,
Da confianza a los que sufren lejos del hogar.

Virgen de Lourdes,
Que amas a cada uno de tus hijos:
Tú eres la esperanza de cuantos venimos a Ti.
Enséñanos a querer a Jesucristo
Para formar con El un mundo más justo
Donde nos amemos los unos a los otros.
Amén.

Domingo 5 del Tiempo Ordinario

En aquel tiempo, cuando Jesús salió de la sinagoga se fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre; y le hablan de ella. Se acercó y, tomándola de la mano, la levantó. La fiebre la dejó y ella se puso a servirles. Al atardecer, a la puesta del sol, le trajeron todos los enfermos y endemoniados; la ciudad entera estaba agolpada a la puerta. Jesús curó a muchos que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios. Y no dejaba hablar a los demonios, pues le conocían.
De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración. Simón y sus compañeros fueron en su busca; al encontrarle, le dicen: «Todos te buscan». Él les dice: «Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique; pues para eso he salido». Y recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios. (Mc 1,29-39)