En aquel tiempo, Juan le dijo: «Maestro, hemos visto a
uno que expulsaba demonios en tu nombre y no viene con nosotros y tratamos de
impedírselo porque no venía con nosotros». Pero Jesús dijo: «No se lo impidáis,
pues no hay nadie que obre un milagro invocando mi nombre y que luego sea capaz
de hablar mal de mí. Pues el que no está contra nosotros, está por nosotros.
Todo aquel que os dé de beber un vaso de agua por el hecho de que sois de
Cristo, os aseguro que no perderá su recompensa.
»Y al que escandalice a uno de estos pequeños que creen,
mejor le es que le pongan al cuello una de esas piedras de molino que mueven
los asnos y que le echen al mar. Y si tu mano te es ocasión de pecado,
córtatela. Más vale que entres manco en la Vida que, con las dos manos, ir a la
gehenna, al fuego que no se apaga. Y si tu pie te es ocasión de pecado,
córtatelo. Más vale que entres cojo en la Vida que, con los dos pies, ser
arrojado a la gehenna. Y si tu ojo te es ocasión de pecado, sácatelo. Más vale
que entres con un solo ojo en el Reino de Dios que, con los dos ojos, ser
arrojado a la gehenna, donde su gusano no muere y el fuego no se apaga».
(Mc 9,38-43.45.47-48)
Comentario
Hoy, según el modelo del realizador de televisión más
actual, contemplamos a Jesús poniendo gusanos y fuego allí donde debemos evitar
ir: el infierno, «donde el gusano no muere y el fuego no se apaga» (Mc 9,48).
Es una descripción del estado en el que puede quedar una persona cuando su vida
no la ha llevado allí adonde quería ir. Podríamos compararlo al momento en que,
conduciendo nuestro automóvil, tomamos una carretera por otra, pensando que
vamos bien y vamos a parar a un lugar desconocido, sin saber dónde estamos y
adónde no queríamos ir. Hay que evitar ir, sea como sea, aunque tengamos que
desprendernos de cosas aparentemente irrenunciables: sin manos (cf. Mc 9,43),
sin pies (cf. Mc 9,45), sin ojos (cf. Mc 9,47). Es necesario querer entrar en
la vida o en el Reino de Dios, aunque sea sin algo de nosotros mismos.
Posiblemente, este Evangelio nos lleva a reflexionar para
descubrir qué tenemos, por muy nuestro que sea, que no nos permite ir hacia
Dios, —y todavía más— qué nos aleja de Él.
El mismo Jesús nos orienta para saber cuál es el pecado
en el que nos hacen caer nuestras cosas (manos, pies y ojos). Jesús habla de
los que escandalizan a los pequeños que creen en Él (cf. Mc 9,42).
“Escandalizar” es alejar a alguien del Señor. Por lo tanto, valoremos en cada
persona su proximidad con Jesús, la fe que tiene.
Jesús nos enseña que no hace falta ser de los Doce o de
los discípulos más íntimos para estar con Él: «El que no está contra nosotros,
está por nosotros» (Mc 9,40). Podemos entender que Jesús lo salva todo y “da
gato por liebre”. Es una lección del Evangelio de hoy: hay muchos que están más
cerca del Reino de Dios de lo que pensamos, porque hacen milagros en nombre de
Jesús. Como confesó santa Teresita del Niño Jesús: «El Señor no me podrá
premiar según mis obras (...). Pues bien, yo confío en que me premiará según
las suyas».
La Sociedad de San Vicente de Paúl es una Asociación de
carácter humanitario benéfico social. Fue fundada en París en 1833, es decir,
cuenta con una historia de casi 180 años en el trabajo con los más pobres.
Actualmente está presente en 142 países atendiendo a diferentes necesidades en
cada lugar. Cuenta con más de 800.000 socios y numerosos voluntarios que
atienden cada año a cerca de 17.000.000 de personas en cualquier parte del
mundo y ante cualquier tipo de necesidad. Hombres y mujeres de buena voluntad,
que desean transformar el mundo ayudando de modo voluntario a los más
necesitados. Laicos comprometidos trabajando en cercanía con personas en
necesidad e intentando devolverles esperanza y su dignidad.
La Sociedad de San Vicente de Paul, que agrupa a los
laicos católicos, tiene por objeto el ejercicio de la caridad en todas sus
formas para el auxilio de los necesitados cualesquiera que sean su nacionalidad
y sus creencias. La esencia de la actividad vicentina se expresa por contactos
frecuentes de persona a persona con los que sufren moral o materialmente.
La Sociedad de San Vicente de Paul tuvo su origen en la
Iglesia Saint-Etienne du Mont en París el 23 de abril de 1833, en la asociación
formada por Federico Ozanám, un joven abogado que vivió en Paris, Francia y
comprendiendo la angustia de sus compañeros de Universidad por lo que veían en
las estrechas callejuelas de Saint Marceau, busca el modo de hacerles conocer
la verdad religiosa y social y para ello descubre el medio mas infalible: que los
laicos practiquen el apostolado de la caridad. Los grupos se llamaron
“Conferencias" y la Sociedad naciente fue puesta bajo el Patrocinio y
protección de San Vicente de Paul.
Los miembros de la Sociedad se reúnen en equipos llamados
tradicionalmente "Conferencias" para desarrollar su tarea de caridad
y auxilio a los más necesitados saliendo al encuentro de ellos donde se
encuentren: hogares geriátricos, hospitales, asilos, escuelas, viviendas
particulares, cárceles, etc. En Argentina trabajan 68 Conferencias Vicentinas,
diez de las cuales están en Córdoba.
En nuestra Parroquia, trabaja desde hace poco más de un
año una Conferencia Vicentina, puesta bajo la advocación del Cura Brochero. Nos
reunimos una vez por semana para llevar compañía, oraciones, ayuda, la Palabra
y la Eucaristía, a nuestros hermanos más necesitados. Y somos muy pocos, por
ahora. De modo que invitamos a las personas que deseen sumarse a nuestra
Conferencia Vicentina “Cura Brochero” para que se pongan en contacto con
nosotros al mail de la Parroquia pdelvallecba@gmail.como al mail particular de Rodolforvtuzzi@gmail.com La invitación se dirige a personas de la ciudad de
Córdoba, no siendo indispensable que vivan en el ámbito de nuestra parroquia. Y participar sólo les demandará un par de horas de actividad, una vez por semana.
Hay una película de 113 minutos de duración, filmada en
Francia en 1947, ganadora de un Oscar en la categoría de película extranjera,
subtitulada al español, en la que podemos ver lo más significativo de la vida
de San Vicente de Paul, su inmenso amor a los pobres y su caridad sin límites.
Para verla hacer clic acá.
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos pasaban por
Galilea, pero Él no quería que se supiera, porque iba enseñando a sus
discípulos. Les decía: «El Hijo del hombre será entregado en manos de los
hombres; le matarán y a los tres días de haber muerto resucitará». Pero ellos
no entendían lo que les decía y temían preguntarle.
Llegaron a Cafarnaúm, y una vez en casa, les preguntaba:
«¿De qué discutíais por el camino?». Ellos callaron, pues por el camino habían
discutido entre sí quién era el mayor. Entonces se sentó, llamó a los Doce, y
les dijo: «Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor
de todos». Y tomando un niño, le puso en medio de ellos, le estrechó entre sus
brazos y les dijo: «El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me
recibe; y el que me reciba a mí, no me recibe a mí sino a Aquel que me ha
enviado».
(Mc 9,30-37)
Comentario
Hoy, nos cuenta el Evangelio que Jesús marchaba con sus
discípulos, sorteando poblaciones, por una gran llanura. Para conocerse, nada
mejor que caminar y viajar en compañía. Surge entonces con facilidad la
confidencia. Y la confidencia es confianza. Y la confianza es comunicar amor.
El amor deslumbra y asombra al descubrirnos el misterio que se alberga en lo
más íntimo del corazón humano. Con emoción, el Maestro habla a sus discípulos
del misterio que roe su interior. Unas veces es ilusión; otras, al pensarlo,
siente miedo; la mayoría de las veces sabe que no le entenderán. Pero ellos son
sus amigos, todo lo que recibió del Padre debe comunicárselo y hasta ahora así
ha venido haciéndolo. No le entienden pero sintonizan con la emoción con que les
habla, que es aprecio, prueba de que ellos cuentan con Él, aunque sean tan poca
cosa, para lograr que sus proyectos tengan éxito. Será entregado, lo matarán,
pero resucitará a los tres días (cf. Mc 9,31)
Muerte y resurrección. Para unos serán conceptos enigmáticos;
para otros, axiomas inaceptables. Él ha venido a revelarlo, a gritar que ha
llegado la suerte gozosa para el género humano, aunque para que así sea le
tocará a Él, el amigo, el hermano mayor, el Hijo del Padre, pasar por crueles
sufrimientos. Pero, ¡oh triste paradoja!: mientras vive esta tragedia interior,
ellos discuten sobre quien subirá más alto en el podio de los campeones, cuando
llegue el final de la carrera hacia su Reino. ¿Obramos nosotros de manera
diferente? Quien esté libre de ambición, que tire la primera piedra.
Jesús proclama nuevos valores. Lo importante no es
triunfar, sino servir; así lo demostrará el día culminante de su quehacer
evangelizador lavándoles los pies. La grandeza no está en la erudición del
sabio, sino en la ingenuidad del niño. «Aun cuando supieras de memoria la
Biblia entera y las sentencias de todos los filósofos, ¿de qué te serviría todo
eso sin caridad y gracia de Dios?» (Tomás de Kempis). Saludando al sabio
satisfacemos nuestra vanidad, abrazando al pequeñuelo estrujamos a Dios y de Él
nos contagiamos, divinizándonos.
Rev. D. Pedro-José YNARAJA i Díaz (El Montanyà,
Barcelona, España)
Señor, haz que mi fe sea PLENA, sin reservas y que penetre
en mi modo de juzgar las cosas divinas y las cosas humanas.
Señor, haz que mi fe sea LIBRE; es decir, que parta de mi
adhesión personal; que acepte las renuncias y los riesgos que trae consigo,
manifestando así lo más íntimo de mi personalidad; Señor, yo creo en Ti.
Señor, haz que mi fe sea CIERTA: cierta, por una
congruencia exterior de pruebas y por un testimonio interior del Espíritu
Santo, cierta, por su luz que asegura, por sus frutos pacificantes, por contener
una connaturalidad que serena.
Señor, haz que mi fe sea FUERTE, que no tema las
dificultades de los problemas, que llenan la experiencia de nuestra vida,
necesitada de luz; que no tema la oposición de quienes la discuten, la
impugnan, la rechazan, la niegan; sino que se consolide en la íntima prueba de
tu verdad. Y que de tal modo resista la acometida de la crítica, que se consolide
en la afirmación continua y que supere las dificultades dialécticas y
espirituales, en las que se desarrolla nuestra existencia temporal.
Señor haz que mi fe sea GOZOSA y de paz y alegría a mi
espíritu y lo capacite para la oración con Dios y para el trato con los
hombres; de tal manera que irradie, en su diálogo sagrado y profano, la
felicidad interna de su gozosa posesión.
Señor, haz que mi fe sea ACTIVA y dé a la caridad las
razones de su expansión exterior, de tal modo, que constituya una verdadera
amistad contigo. Que me haga ser tuyo, en las obras, en los sufrimientos, y en
la espera de la revelación final. Que sea una búsqueda continua, un testimonio
contiinuo, y una continua esperanza.
Señor, haz que mi fe sea HUMILDE y no presuma fundarse en
la experiencia de mi pensamiento y de mi sentimiento, sino que se rinda al
testimonio del Espíritu Santo. Y no tenga otra garantía mejor, que la docilidad
a la Tradición y a la autoridad del Magisterio de la santa Iglesia.
Amén.
(Pronunciada en la audiencia general del 30 de octubre de
1968)
En aquel tiempo, salió Jesús con sus discípulos hacia los
pueblos de Cesarea de Filipo, y por el camino hizo esta pregunta a sus
discípulos: «¿Quién dicen los hombres que soy yo?». Ellos le dijeron: «Unos,
que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que uno de los profetas». Y Él
les preguntaba: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Pedro le contesta: «Tú
eres el Cristo».
Y les mandó enérgicamente que a nadie hablaran acerca de
Él. Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser
reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y
resucitar a los tres días. Hablaba de esto abiertamente. Tomándole aparte,
Pedro, se puso a reprenderle. Pero Él, volviéndose y mirando a sus discípulos,
reprendió a Pedro, diciéndole: «¡Quítate de mi vista, Satanás! porque tus
pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres».
Llamando a la gente a la vez que a sus discípulos, les
dijo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y
sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su
vida por mí y por el Evangelio, la salvará».
(Mc 8,27-35)
Comentario
Hoy día nos encontramos con situaciones similares a la
descrita en este pasaje evangélico. Si, ahora mismo, Dios nos preguntara
«¿quién dicen los hombres que soy yo?» (Mc 8,27), tendríamos que informarle
acerca de todo tipo de respuestas, incluso pintorescas. Bastaría con echar una
ojeada a lo que se ventila y airea en los más variados medios de comunicación.
Sólo que… ya han pasado más de veinte siglos de “tiempo de la Iglesia”. Después
de tantos años, nos dolemos y —con santa Faustina— nos quejamos ante Jesús:
«¿Por qué es tan pequeño el número de los que Te conocen?».
Jesús, en aquella ocasión de la confesión de fe hecha por
Simón Pedro, «les mandó enérgicamente que a nadie hablaran acerca de Él» (Mc
8,30). Su condición mesiánica debía ser transmitida al pueblo judío con una
pedagogía progresiva. Más tarde llegaría el momento cumbre en que Jesucristo
declararía —de una vez para siempre— que Él era el Mesías: «Yo soy» (Lc 22,70).
Desde entonces, ya no hay excusa para no declararle ni reconocerle como el Hijo
de Dios venido al mundo por nuestra salvación. Más aun: todos los bautizados
tenemos ese gozoso deber “sacerdotal” de predicar el Evangelio por todo el
mundo y a toda criatura (cf. Mc 16,15). Esta llamada a la predicación de la
Buena Nueva es tanto más urgente si tenemos en cuenta que acerca de Él se
siguen profiriendo todo tipo de opiniones equivocadas, incluso blasfemas.
Pero el anuncio de su mesianidad y del advenimiento de su
Reino pasa por la Cruz. En efecto, Jesucristo «comenzó a enseñarles que el Hijo
del hombre debía sufrir mucho» (Mc 8,31), y el Catecismo nos recuerda que «la
Iglesia avanza en su peregrinación a través de las persecuciones del mundo y de
los consuelos de Dios» (n. 769). He aquí, pues, el camino para seguir a Cristo
y darlo a conocer: «Si alguno quiere venir en pos de mí (…) tome su cruz y
sígame» (Mc 8,34).
Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès,
Barcelona, España)
Este sábado 15 de setiembre, se realizará el Encuentro
Pastoral Zona 7 de la Arquidiócesis de Córdoba, el cual tendrá lugar en el
Colegio José Peña del barrio Villa Cabrera (Calle Ciudad de Tampa esquina
Pedroni) desde las 8:30 a las 13:30 horas, bajo el lema “¿Amo a mi Patria? ¿Qué
hago por ella?”
Asumiendo el espíritu que anima la celebración de estas
Jornadas, y profundizando la temática trabajada en estos años sobre el compromiso como hermanos y ciudadanos,
la propuesta de este espacio es:
- Alentar y profundizar en la espiritualidad del
compromiso cristiano.
- Conocer y reflexionar sobre la validez de la
“incidencia política” en orden a la
construcción de la sociedad y como ejercicio de participación ciudadana.
- Despertar motivaciones que nos animen a reconocer
espacios posibles para sumarnos como “ciudadanos y comunidades” en procesos de
incidencia política.
Este Encuentro está destinado a Agentes Pastorales y a la
feligresía en general de la Zona 7, dentro de la cual se encuentra ubicada
nuestra parroquia.
El miércoles pasado hemos comenzado en el marco de una
cátedra abierta de la Universidad Católica de Córdoba, un seminario
interreligioso sobre los derechos humanos a la luz de las diversas tradiciones
religiosas. Me permitió compartir una convicción arraigada en estos años de
vida eclesial: “Cuando la promoción de la dignidad de la persona es el
principio conductor que nos inspira, cuando la búsqueda del bien común es el
compromiso predominante, entonces es cuando se ponen fundamentos sólidos y
duraderos a la edificación de la paz. Por el contrario, si se ignoran o
desprecian los derechos humanos, o la búsqueda de intereses particulares
prevalece injustamente sobre el bien común, se siembran inevitablemente los
gérmenes de la inestabilidad, la rebelión y la violencia”.
La dignidad de la persona humana es un valor
trascendente, reconocido siempre como tal por cuantos buscan la verdad. En
realidad, la historia entera de la humanidad se debe interpretar a la luz de
esta convicción.
Toda persona, creada a imagen y semejanza de Dios
(Génesis 1, 26-28), y por tanto radicalmente orientada a su Creador, está en
realización constante con los que tienen su misma dignidad. Por eso, allí donde
los derechos y deberes se corresponden y refuerzan mutuamente, la promoción del
bien del individuo se armoniza con el servicio al bien común.
Como nos enseñaron los últimos pontífices, cabe recordar
que es peligroso el olvido de la verdad sobre la persona humana. Sin mucho
esfuerzo se pueden ver los frutos de ideologías como el marxismo, el nazismo y
el fascismo, así como también los mitos de la superioridad racial, del
nacionalismo y del particularismo étnico.
No menos perniciosos son los efectos del consumismo
materialista, en el cual la exaltación del individuo y la satisfacción
egocéntrica de las aspiraciones personales se convierten en el objetivo de la
vida. El individualismo egoísta hace pensar que las repercusiones negativas
sobre los demás son consideradas del todo irrelevantes.
Es preciso reafirmar que ninguna ofensa a la dignidad
humana puede ser ignorada, cualquiera que sea su origen, su modalidad o el
lugar en que sucede.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos es muy
clara: reconoce los derechos que proclama, no los otorga. En efecto, estos son
inherentes a la persona humana y a su dignidad. De aquí se desprende que nadie
puede privar legítimamente de estos derechos a uno solo de sus semejantes, sea
quien sea, porque sería ir contra su propia naturaleza. Todos los seres humanos,
sin excepción, son iguales en dignidad.
Juan Pablo II se preguntaba años atrás: ¿cómo podría
existir la guerra, si cada derecho humano fuera respetado? El respeto integral
de los derechos humanos es el camino más seguro para estrechar relaciones
sólidas entre los Estados.
La cultura de los derechos humanos no puede ser sino
cultura de paz. Toda violación de estos contiene en sí el germen de un posible
conflicto.
Para promover una cultura de derechos humanos que
repercuta en las conciencias, es necesaria la colaboración de todas las fuerzas
sociales.
Con este seminario, el Comité Interreligioso por la Paz
(Comipaz) ofrece cada miércoles un espacio para reconocer cauces de trabajo por
la paz desde las distintas tradiciones religiosas e invita a que nos comprometamos
por el respeto a la dignidad humana y por el derecho a la paz como verdaderos
patrimonios de la humanidad.
En aquel tiempo, Jesús se marchó de la región de Tiro y
vino de nuevo, por Sidón, al mar de Galilea, atravesando la Decápolis. Le
presentan un sordo que, además, hablaba con dificultad, y le ruegan que imponga
la mano sobre él. Él, apartándole de la gente, a solas, le metió sus dedos en
los oídos y con su saliva le tocó la lengua. Y, levantando los ojos al cielo,
dio un gemido, y le dijo: «Effatá», que quiere decir: “¡Ábrete!”. Se abrieron
sus oídos y, al instante, se soltó la atadura de su lengua y hablaba
correctamente. Jesús les mandó que a nadie se lo contaran. Pero cuanto más se
lo prohibía, tanto más ellos lo publicaban. Y se maravillaban sobremanera y
decían: «Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos».
(Mc 7,31-37)
Comentario
Hoy, la liturgia nos lleva a la contemplación de la
curación de un hombre «sordo que, además, hablaba con dificultad» (Mc 7,32).
Como en muchas otras ocasiones (el ciego de Betsaida, el ciego de Jerusalén,
etc.), el Señor acompaña el milagro con una serie de gestos externos. Los
Padres de la Iglesia ven resaltada en este hecho la participación mediadora de
la Humanidad de Cristo en sus milagros. Una mediación que se realiza en una
doble dirección: por un lado, el “abajamiento” y la cercanía del Verbo
encarnado hacia nosotros (el toque de sus dedos, la profundidad de su mirada,
su voz dulce y próxima); por otro lado, el intento de despertar en el hombre la
confianza, la fe y la conversión del corazón.
En efecto, las curaciones de los enfermos que Jesús
realiza van más mucho allá que el mero paliar el dolor o devolver la salud. Se
dirigen a conseguir en los que Él ama la ruptura con la ceguera, la sordera o
la inmovilidad anquilosada del espíritu. Y, en último término, una verdadera
comunión de fe y de amor.
Al mismo tiempo vemos cómo la reacción agradecida de los
receptores del don divino es la de proclamar la misericordia de Dios: «Cuanto
más se lo prohibía, tanto más ellos lo publicaban» (Mc 7,36). Dan testimonio
del don divino, experimentan con hondura su misericordia y se llenan de una
profunda y genuina gratitud.
También para todos nosotros es de una importancia
decisiva el sabernos y sentirnos amados por Dios, la certeza de ser objeto de
su misericordia infinita. Éste es el gran motor de la generosidad y el amor que
Él nos pide. Muchos son los caminos por los que este descubrimiento ha de
realizarse en nosotros. A veces será la experiencia intensa y repentina del
milagro y, más frecuentemente, el paulatino descubrimiento de que toda nuestra
vida es un milagro de amor. En todo caso, es preciso que se den las condiciones
de la conciencia de nuestra indigencia, una verdadera humildad y la capacidad
de escuchar reflexivamente la voz de Dios.
Colecta Más por Menos, es una colecta inspirada por la
Conferencia Episcopal Argentina y organizada por la Comisión Episcopal de Ayuda
a las Regiones Más Necesitadas. Se realiza en todas las misas de los segundos
domingos de septiembre de cada año en todo el país, y muchas veces extendida en
las Misas de todo el fin de semana.
Ayuda a paliar las dificultades de gran parte de la
población del interior, especialmente aquella que se encuentra marginada en las
zonas más pobres de Argentina. En la Argentina hay una profunda inequidad con
muchos recursos por un lado y muchas necesidades por el otro. Esta colecta es
un gesto que busca que estas dos realidades puedan encontrarse.
Significa brindar auxilio para que la Iglesia pueda
llegar a todos con su mensaje de vida y su amor solidario. Sin excluir a nadie,
esta colecta pretende ser un instrumento más para fortalecer con recursos la
convocatoria a todos a asumir la Buena Noticia del Evangelio en una vida
pastoral y comunitaria que ayude a formar ciudadanos responsables, honestos y
justos.
Formas de donar. En todas las parroquias y capillas de la
Arquidiócesis de Córdoba podrás hacer tu donación el sábado 8 y domingo 9 de
Septiembre.
Durante todo el mes de Setiembre, la Iglesia celebra el MES DE LA BIBLIA. ¿Por qué celebramos en Septiembre el Mes de la Biblia?
En Setiembre recordamos (día 30) a San Jerónimo. La
traducción al latín de la Biblia hecha por San Jerónimo, llamada la Vulgata (de
vulgata editio, 'edición para el pueblo'), fue la Biblia oficial para la
Iglesia Católica durante 15 siglos. Únicamente en los últimos años ha sido
reemplazada por traducciones más modernas y más exactas, como por ej. La Biblia
de Jerusalén y otras.
Y también porque en un día 26 de Septiembre de 1569, se
termina de imprimir totalmente la Biblia en español llamada “Biblia del Oso”.
Fue traducida por Casiodoro de Reina. En esa oportunidad salieron 260
ejemplares en Basilea, Suiza. De ese acontecimiento hace ya 434 años. La tapa
esta Biblia tiene un oso comiendo miel desde un panal, por esa razón se le
llama “Biblia del oso”.
La intención es que durante este mes, en todas las
comunidades cristianas, se desarrollen algunas actividades que nos permitan
acercarnos mejor y con más provecho a la Palabra de Dios.
Propuestas para escuchar la Palabra
1 - La lectura diaria de los textos bíblicos litúrgicos
es una excelente ayuda para profundizar en la Palabra de Dios. De esta manera
nos unimos a toda la Iglesia que ora al Padre meditando los mismos textos.
También nos acostumbramos a una lectura continuada de la Biblia, donde los
textos están relacionados y lo que leemos hoy se continúa con lo de mañana. La
lectura diaria de los textos (para lo cual Liturgia Cotidiana es una excelente
herramienta) constituye una "puerta segura" para escuchar a Dios que
nos habla en la Biblia.
2 - ¿Has leído alguna vez un evangelio entero "de
corrido"? Es muy interesante descubrir la trama de la vida de Jesús
escrita por cada evangelista. Muchos detalles y relaciones entre los textos que
cada evangelista utiliza quedan al descubierto cuando uno hace una lectura
continuada. Este mes es propicio para ofrecerle a Dios este esfuerzo. Te
recomendamos la lectura del evangelio de Marcos. No es muy largo, en unas horas
se puede leer. Al ser el primero de los sinópticos, los otros (Mateo y Lucas)
lo siguen en el esquema general. Por lo tanto es una muy buena "puerta de
entrada" al mensaje de Jesús.
3 - Otra posibilidad para poner en práctica este mes (y
tal vez iniciar un hábito necesario y constructivo) es la oración con los
salmos. Los mismos recogen la oración del pueblo de Dios a lo largo de casi mil
años de caminata del pueblo de Israel. Nos acercan la voz del pueblo que ora
con fe, y la palabra de Dios, que nos señala esta manera de orar para
acercarnos y escuchar sus enseñanzas. En los salmos podemos encontrar una
inmensa fuente de inspiración para la oración. Hay salmos que nos hablan de la
alegría, de las dificultades y conflictos, de la esperanza, del abatimiento,
del dolor, de la liberación y la justicia, de la creación, de la misma Palabra
de Dios (salmo 118, el más largo de todos). Aprender a rezar con los Salmos es
una "puerta siempre abierta" para el encuentro con el Dios de la
Vida.
4 - La lectura orante de la Palabra, realizada en
comunidad, nos pone en sintonía con la voluntad de Dios. Es un ejercicio clave
para el crecimiento en la fe. La fuerza de la comunidad nos alienta para
encontrar en los textos la fuerza del Espíritu. Todos aprendemos juntos y nos
enriquecemos con el aporte de cada uno. Existen muchos métodos de lectura
orante. Simplificando al máximo podemos decir que los siguientes cuatro pasos
son los más comunes:
Lectura
Meditación
Oración
Compromiso
La lectura orante siempre desemboca en un desafío para
vivir. La Palabra de Dios nos desafía a seguir los pasos de Jesús y cambiar
nuestra vida. La lectura orante, practicada en comunidad, es una
"puerta-espejo" que nos interpela y nos ayuda a discernir cómo vivir
y practicar su Palabra en nuestros días.
En aquel tiempo, se reunieron junto a Jesús los fariseos,
así como algunos escribas venidos de Jerusalén, y vieron que algunos de sus
discípulos comían con manos impuras, es decir no lavadas. Es que los fariseos y
todos los judíos no comen sin haberse lavado las manos hasta el codo, aferrados
a la tradición de los antiguos, y al volver de la plaza, si no se bañan, no
comen; y hay otras muchas cosas que observan por tradición, como la
purificación de copas, jarros y bandejas. Por ello, los fariseos y los escribas
le preguntan: «¿Por qué tus discípulos no viven conforme a la tradición de los
antepasados, sino que comen con manos impuras?». Él les dijo: «Bien profetizó
Isaías de vosotros, hipócritas, según está escrito: ‘Este pueblo me honra con
los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto, ya que
enseñan doctrinas que son preceptos de hombres’. Dejando el precepto de Dios,
os aferráis a la tradición de los hombres».
Llamó otra vez a la gente y les dijo: «Oídme todos y
entended. Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle;
sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Porque de
dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas: fornicaciones,
robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje,
envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas perversidades salen de
dentro y contaminan al hombre».
(Mc 7,1-8.14-15.21-23)
Comentario
Hoy, la Palabra del Señor nos ayuda a discernir que por
encima de las costumbres humanas están los Mandamientos de Dios. De hecho, con
el paso del tiempo, es fácil que distorsionemos los consejos evangélicos y,
dándonos o no cuenta, substituimos los Mandamientos o bien los ahogamos con una
exagerada meticulosidad: «Al volver de la plaza, si no se bañan, no comen; y
hay otras muchas cosas que observan por tradición, como la purificación de
copas, jarros y bandejas...» (Mc 7,4). Es por esto que la gente sencilla, con
un sentido común popular, no hicieron caso a los doctores de la Ley ni a los
fariseos, que sobreponían especulaciones humanas a la Palabra de Dios. Jesús
aplica la denuncia profética de Isaías contra los religiosamente hipócritas
(«Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, según está escrito: Este
pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí»: [Mc 7,6].
En estos últimos años, Juan Pablo II, al pedir perdón en
nombre de la Iglesia por todas las cosas negativas que sus hijos habían hecho a
los largo de la historia, lo ha manifestado en el sentido de que «nos habíamos
separado del Evangelio».
«Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda
contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre»
(Mc 7,15), nos dice Jesús. Sólo lo que sale del corazón del hombre, desde la
interioridad consciente de la persona humana, nos puede hacer malos. Esta
malicia es la que daña a toda la Humanidad y a uno mismo. La religiosidad no
consiste precisamente en lavarse las manos (¡recordemos a Pilatos que entrega a
Jesucristo a la muerte!), sino mantener puro el corazón.
Dicho de una manera positiva, es lo que santa Teresa del
Niño Jesús nos dice en sus Manuscritos biográficos: «Cuando contemplaba el
cuerpo místico de Cristo (...) comprendí que la Iglesia tiene un corazón (...)
encendido de amor». De un corazón que ama surgen las obras bien hechas que
ayudan en concreto a quien lo necesita («Porque tuve hambre, y me disteis de
comer...»: Mt 25,35).
Rev. D. Frederic RÀFOLS i Vidal (Barcelona, España)